top of page

NACHO, JORDI & BARCELONA

2020

NACHO

Nací en Cádiz. Pero con mis 27 años sentía que debía hacer un cambio en mi vida. Encontré una oportunidad laboral en Barcelona como diseñador gráfico. No lo pensé dos veces. Preparé mi equipaje, me despedí de mis padres y tomé un vuelo directo hasta El Prat. Ya llevo 6 meses viviendo en esta ciudad que no conocía y me he dejado sorprender por su belleza internacional, por su mar Mediterráneo tan diferente al que estaba acostumbrado. Por sus fachadas majestuosas de siluetas gaudianas. Por sus días de solete y vermut y noches de bulla y terrazas. Horas de ocio y movimientos espontáneos. ¡Uff, cómo me estoy enamorando de Barcelona!

JORDI

Amo mi ciudad. Creo que nunca podría mudarme de Barcelona. Mi familia y amigos son parte de ella, pero no la quiero sólo por eso. Sus laberintos góticos y ravaleros, sus cañitas, sus museos de skaters, sus playas de mujeres bronceadas por años. Su Tibidabo imperial que observa cada alma que transita por la ciudad. 32 años quizás es tiempo suficiente para que algo se convierta en monótono, pero Barcelona tiene esa capacidad de sorprenderme a pesar de la cantidad de años que hemos estado coqueteando juntos. Tengo una relación muy íntima con ella. Soy fiel. Sería incapaz de romper con ella.

NACHO

Mi trabajo está bien. Aunque después de todos estos meses, se ha vuelto algo desabrido. No he hecho muchas amistades, por no decir ninguna. Los catalanes no son muy amistosos y me ha costado conocer a alguno en profundidad. Pero no me complica andar a mis propias cuestas. Por suerte me caigo bien y disfruto de mi compañía. Encontré un pequeño bar cerca de mi piso en la calle Viladomat. La coca de escalibada esta buenísima. Puedo pasar horas leyendo La Vanguardia y así me voy familiarizando con el idioma.

JORDI

Trabajar como analista financiero no es el curro más emocionante, es bastante rutinario. Pero es lo único que sé hacer, la paga no es mala y no necesito compartir mi piso. Es uno pequeño en la calle Roger de Flor. Tiene una terracita. Cada noche me fumo mi porro y me tomo mi Estrella Damm.

NACHO

Tengo el móvil agobiado con tanta aplicación. Tinder, Grinder, Scruff y unas tres más. Al principio era divertido, porque era la novedad y pretendientes me sobraban. Reconozco que tanto sexo anónimo me divirtió mucho los primeros meses. Me encontraba con chicos guapos, ligaba como nunca ligué antes, me enteré de fiestas y bares de ambiente que me permitió soltar las caderas y dejarme llevar ante nuevas experiencias. Sin duda que tanto morbo local, hizo que me enganchara de Barcelona más rápido. Más intensamente. Más libidinosamente incluso. Pero todo este derroche de efusión había llegado a una cúspide traicionera y ahora tanta aplicación de sexo barato me estaba comenzando a jugar en contra. Ahora quería algo más. Algo nuevo.

JORDI

Tengo amigos por ahí y amigos por acá. Nunca he tenido un novio, pero por ahora, creo, no lo necesito. Nunca me ha gustado el sexo por el simple hecho de tenerlo y punto. Alguna vez conocí a algún chico a través de las redes sociales (o redes homosociales), pero no era lo mío. Quizás soy chapado a la antigua y prefería que alguien me presentara a otro alguien en alguna cena o reunión. Pero esas situaciones ya no se dan, quizás por eso nunca me ilusioné con la posibilidad que pasara y con el tiempo lo descarté por completo. Barcelona me colmaba el corazón de amor. Mi porrito y cervecita nocturna sobre mi terraza eran como mi orgasmo. Aunque asumo que en alguna oportunidad me hubiese gustado compartir mi porro con otro chico y tener un orgasmo después con él.

NACHO

Para ir a trabajar debo tomar la línea roja del metro, combinación con la amarilla y así llego hasta Poble Nou. Una tarde en la estación de Urquinaona, mientras esperaba el vagón para regresar a casa, de forma muy disimulada dibujé sobre la pared que estaba al fondo, casi llegando al túnel, un pequeño mapa de mi querido Andalucía. Tenía un marcador rojo. Me quedó bonito. A la mañana siguiente, un marcador negro había dibujado todo el borde costero de España hacia el norte. No había ninguna otra comunidad autonómica. Sólo una línea que marcaba desde el Atlántico, pasando por Gibraltar, Alicante y Valencia hasta Francia.  Saqué mi marcador rojo y pinté toda Cataluña. Hice una foto y la subí a Instagram. Me pareció divertido.

JORDI

En vez de usar la bicicleta, preferí subir hasta Plaza España en metro para llegar a la oficina. La verdad, no me gusta mucho el gentío que espera en Urquinaona, así que trato de evitar tanta muchedumbre ubicándome en uno de los extremos de la estación. Me apoyé sobre la pared para revisar el móvil y a mi costado derecho un garabato en rojo. Lo observé un par de segundos intentando descifrar que diantres era. Saqué un marcador negro de mi bolso. Lo miré un par de segundos más con aires de artista. A ver cómo improvisaba esta mancha que me comenzaba a perturbar sin razón. Comencé a delinearla por debajo. La punta del marcador comenzó a moverse sin motivo alguno hacia arriba dejando de bordear el dibujo prefabricado hasta perderse hacia el costado. Era un triángulo rojo mal hecho con una línea negra desconfigurada. Una cuchara sopera sujetando la mancha sin sentido. Me pareció divertido. Hice una foto y la publiqué en mi Instagram.

NACHO

Un chicuelo de Grinder me habló de una fiesta al final de las Ramblas. Nunca había ido a una fiesta de aquellas. Pagué la entrada. Estaba repleto de chicos exacerbados, musculosos sin camiseta, drogados hasta los pies. Todos guapos. Todos desinhibidos. Todos vacíos. Me sentí un poco ridículo siendo el único de camisa morada y mocasines marrones. Me limité a apoyarme contra la barra. Intenté seducir, pero sin suerte. Claramente no era el prototipo de hombre que ahí se buscaba. Pero había pagado 20€ y no los iba a desperdiciar, así como así. Me quedé, porfiado, hasta las 4 de la mañana.

JORDI

Kim me llamó el sábado a eso de las 3 de la tarde. Necesitaba que lo acompañara esa noche a una fiesta en el Poble Espanyol. Su ex estaría ahí y quería enfrentarlo. Trato de alejarme de los dramas quinceañeros que viven los treintones. Evito las fiestas de músculos ególatras que bailan consigo mismos y compiten según cuántos ojos logran clavarse en sus cuerpos perfectos en una noche. Pero Kim es mi amigo y me necesitaba. Me puse una camisa verde y mocasines azules. Pagué los 20€ de entrada más consumición. Kim despareció con su ex a la hora de haber llegado. Eran las 4 de la mañana. Cogí me chaqueta, le compré una cerveza al Paqui a la salida y caminé hasta casa.

NACHO

Reconozco que tanta cerveza y tan poco baile, hizo que me emborrachara más de la cuenta. La borrachera lleva a la ansiedad y la ansiedad a la calentura. Caminaba por Gran Vía de regreso a casa cuando la batería del móvil se agotó sin alcanzar a concretar una cita nocturna pasajera a través del Grinder, así que comencé a caminar más rápido para enchufar el teléfono en casa.  Era primavera, no debía llover. Pero me pilló camino a casa sin paraguas. La lluvia era feroz, por lo que tuve que aparcar sobre la entrada de una finca. Siendo andaluz una gripe podría ser inminente si se me empapaba la delgada camisa morada. Me encendí un cigarro y me quedé observando cómo la Gran Vía y sus coches armonizaban la saturación de aquella inadvertida lluvia primaveral.

JORDI

Me encanta la lluvia. Cuando Barcelona se moja a esas horas nocturnas no camina nadie por las calles y las luces se hacen más intensas. Qué mejor que encenderme un cigarrillo para disfrutar aún más mi húmedo regreso a casa. ¡Joder! El imbécil de Kim se quedó con mi mechero. Estaba casi llegando a la calle Urgell cuando vi a un chico fumando mientras se protegía de la lluvia. Me puse a su lado con el cigarro mojado en la boca y, sin decir nada, sacó galantemente su Zippo.

NACHO

La lluvia cesó. Tenía un chico guapísimo a mi lado. De camisa verde y mocasines empapados. Intenté hablarle de cualquier tema, pero su mirada fría me hizo ver que no tenía ganas de conversar a esas horas de la noche. Se despidió. Me despedí y retomé mi trayecto hacia Viladomat. La verdad, el chico era muy, muy guapo. Hubiese pasado una noche feliz con él. Pero no me dio pie para nada. Llegué a casa, me recosté sobre la cama y se me olvidaron por completo las ganas de “grindear”, por lo que ni siquiera enchufé el móvil y me dormí.

JORDI

De mis labios salieron sólo dos palabras: “Merci”, después de encender mi cigarro y “Adeu” justo cuando la lluvia dejó de caer. Durante los siguientes 15 minutos caminando hacia casa, repasé sobre aquel galán de camisa morada y mocasines mojados. Era guapo. Me había dado cuenta que quería encajarme una conversación desprevenida, pero no le di pie. Quizás si hubiese llovido por más tiempo me hubiese quedado a su lado cubriéndome junto a él bajo ese portal, pero por algo el clima no quiso que así fuese y retomé mi ruta nocturna. Aunque debo admitir que el chico era realmente guapo.

NACHO

Julio. Verano. Claritas. Playa. La Marbella estaba repleta de músculos bronceados y nudismo pronosticado.  Ni hablar del “Chiringay”. Me dio pudor incluso sacarme la camiseta. Preferí moverme con mi toalla y protector solar hasta Bogatell. Igual de atiborrado, pero menos artificial y menos comercial. No me sentía en vitrina. No me sentía observado. Podía ponerme hacia el sol como la lagartija que me gusta ser. A mi lado, un chico de gafas oscuras y otro juguetón que le pedía que por favor lo acompañara al “Chiringay”, que su ex estaba ahí y quería enfrentarlo. El de gafas claramente hacía como que no existía nada ni nadie, sólo el sol y su libro de relatos.

 

JORDI

Una de las cosas que más me gusta de mi Barcelona, es llegar a primera hora del sábado a Bogatell y apoderarme de la playa. Están los abuelitos de siempre con sus mascotas, pero no me molestan. Kim quedó en bajar después de las 2, así que me llevé mi libro de relatos y me quedé las horas matutinas bajo al sol, sólo para mí. Un cigarrito, una botella de agua como si fuera guiri y mis gafas de sol. Me pongo los cascos y cualquier ruido playero desparece para inundarme de lectura y rayos ultravioletas. Mi paz es interrumpida por algunos minutos cuando Kim llega a alardear sobre un WhatsApp de un tal no-sé-quién diciéndole no-sé-qué cosa. Le digo que vaya, que no me importa quedarme solo. La verdad, me hizo zendo favor. No me apetecía compartir mi tarde de playa con Kim y sus desenfrenos de quinceañera desesperada.

NACHO

El chico de las gafas, los cascos y el libro se queda solo. Su cara me sonaba, pero no sabía de dónde. Da igual. Le escuché hablar en catalán. No me iba a esforzar en si quiera intentar captar su atención de alguna manera. Sabía que mucho éxito no tendría. La imagen que tengo de los catalanes no suele ser muy buena. Amo Barcelona, siempre lo he dicho, pero no tengo la mejor imagen de los catalanes per sé. Tan diferentes a nosotros los andaluces: ligeritos de sangre, amistosos, suelticos de palabra y gracia. Mejor me concentro en el sol, y que los rayos ultravioletas hagan su trabajo.

JORDI

¡Sólo otra vez!, ahora solo me falta una cerveza. Y bueno, el hambre de pasadas las dos de la tarde comienza a hacerse presente. Creo que lo mejor sería ir a comprar algo al Chiringuito de la Base Náutica. Pero no quiero perder mi lugar sobre la arena, ni obligarme a acarrear todos mis enseres playeros. Un chico, guapo, sí, a un par de metros que está solo parece ser la solución a mi problema. “Escolta, ¿hem pots vigilar la meva tovallola un moment?”, pero su única respuesta fue una cara de desconcierto e incomprensión. Clásicos guiris que llegan a Barcelona sin tener idea si quiera que estamos frente al Mediterráneo. Creen que por que hay playa están en el Caribe. Seguro es inglés. Y de pueblo. Le vuelvo a pedir el favor con mi precario inglés, me hace un gesto, creo que positivo, de que me cuidará las cosas. Lo vuelvo a mirar de reojo, su cara de confusión sigue activa y me voy por mi cerveza y bocata de atún. Mal que mal, estos guiris desconcertados de algún pueblo perdido en la campiña inglesa son inofensivos.

NACHO

Cuando veo que el catalán de las gafas se viene acercando a mí con su speedo negro y abdomen de roca, mi corazón comienza a acelerarse un poco más de la cuenta. Sin embrago cuando veo que se planta sobre mí, tapándome el sol de cara, mi corazón casi revienta. No es de emoción, tampoco de alegría o satisfacción. Es simplemente que no controlo muy bien mis impulsos cuando un chico a quien le clavé los ojos minutos atrás se deja caer como por arte de magia. Claro, imaginé que vendría a saludarme o qué se yo, pero resulta que me dijo algo en catalán que apenas entendí. Y luego en inglés que entendí menos. Pero asenté con mi cabeza y lo vi perderse entremedio de la multitud, mientras me miraba de reojo.

 

JORDI

Mientras espero mi bocata, y vaya que hay que esperar a esas horas por un trozo de pan con atún y una lata de Estrella, voy mirando a lo lejos que mi toalla siga intacta. Pero a diestras voy observando también al inglesito de pueblo que supuestamente me la vigila. Es guapito. Seguro llegó ayer desde el pueblo de Dowtown Abby. Pero ahí estaba, ecuánime sin quitar un ojo sobre mi toalla. Y me pareció tierno. ¡Pobret! Bastante dulce de su parte, que, sin haberme entendido a primeras, haya captado que lo que debía era patrullar. E insisto, no era nada de feo. Pues, tocaría pedir dos latas de cerveza en vez de una. 3€ más no me va a descuadrar las finanzas sabatinas.

NACHO

Pudoroso. Nervioso. Incluso complicado. Acerqué mi toalla a la suya, intentando pasar desapercibido. Y comencé, sin disimulo, a observar sus cosas: camiseta blanca, pantalón corto de tejanos rasgados, una bolsita muy mona con su protector solar, botella de agua, cigarrillos y cascos. Y su libro de relatos. “Paisaje Masculino” de Carlos Iturra. Relatos homoeróticos. El chico era gay sin duda. Fue ahí que me relajé un poco más. El chico catalán del speedo era de los míos. Quizás tenía la leve posibilidad de meterle algo de conversación. No sabía si él se había acercado a pedirme aquel favor como escusa para ligar, o porque no había nadie más a quien encomendarle sus cosas. Pero prefiero pensar en la primera opción. Habían pasado 25 largos minutos. Tiempo suficiente para tramar una coartada perfectamente ideada de conversación / conquista. Pero no lo conseguí. Porque lo veo acercarse imponente, desinhibido y de silueta maravillosamente aterciopelada.

JORDI

Cuando me agradece la cerveza con ese acento juguetón, entendí que el guiri éste de británico no tenía nada. Y noté cómo había acercado su toalla a la mía en mi ausencia. No suelo sonreírle mucho a los desconocidos, pero con este chico rubiete, la sonrisa me salió espontánea. Era majo. Era medio torpe en gestos y muecas. Pero era divertido escucharlo hablar sin parar de absolutamente nada relevante. Siempre el acento sureño me ha parecido atractivo. Me disculpé por pedirle aquel favor en catalán y luego en inglés. No imaginé que vivía acá. Mal que mal me puso cara de bicho raro. Después de 6 meses algo de catalán debería entender, ¿no? Sin embargo, cuando me pregunta por el libro que leía, y si me estaba gustando, me sorprende. Es de los míos. Y sin querer, comienzo a sentir un cosquilleo estomacal. Hace años que no sentía uno. El chico es guapo. Se llama Nacho.

NACHO

Se llama Jordi. Me encanta ese nombre, aunque nunca supe si se traducía a Jorge, José o Juan. Da igual. Además de guapérrimo es simpático. Se ríe de mis tonterías. De cómo describo la ciudad. De cómo me había sentido atraído a Barcelona cuando comencé a descubrirla a las pocas semanas de llegar. Él también coincide conmigo de todos aquellos rincones barceloneses que maravillan a turistas, pero también a locales. Y que hay tantos de aquellos escondites que los turistas no alcanzan a llegar. Me da subidón su acento, tan educado y soberbio. A veces reconozco que me cohíbe, pero no me incomoda. Me gusta sentir que alguien que me da bola, me hace sentir cierta inseguridad al hablar.

 

JORDI

La tarde se me pasa volando. Nacho compró 2 cervezas más y nos dejamos llevar como si nos conociéramos de años. Me gusta esa sensación. Me gusta sentir que puedo perder noción del tiempo e incluso del espacio cuando estoy conociendo a alguien. La playa era nuestro salón, y el Mediterráneo de fondo es un espectáculo. No había nadie más rondando por la playa, aunque seguía atiborrada de gente. Me gusta sentir que alguien me cae bien porque lo deduzco auténtico y espontáneo. Se le notaba amable y sencillo. Se le veía ingenuo y contemporáneo al mismo tiempo. Me gusta escuchar que alguien que no es de aquí ama tanto mi ciudad como yo. Me gusta. Y no sabía que me gustaba tanto. De mi amigo Kim no supe nada más. Seguro que a esas alturas ya se había reconciliado con su ex, o habría conocido a su próximo ex. Que más da.

NACHO

Ya eran las 8 de la tarde. Bogatell comenzaba a vaciarse, pero no quiero que el sol se esconda. No quiero que Jordi me diga que se tiene que ir. Pero no puedo demostrar tanto interés. No quiero asustarlo. Pero el chico me gusta. No sé si es porque mi cerebro y mis hormonas hace tiempo que quieren probar algo diferente. De irme a la cama con alguien con quien comparto algo más que unos emoticones de Grinder. Pero es cierto que a esa hora de la tarde ya no pienso con el cerebro, tampoco con las hormonas. Pienso con ese otro músculo que late tranquilo cuando respondo sus preguntas, pero acelerado cuando me las hace. Le pregunto si tiene Instagram. Me lo da. Lo agrego. Me despido. Recojo mis cosas. Me levanto. Él se levanta. Me da un beso en la mejilla. Roza su pecho con el mío. Me pongo la camiseta y me voy. Gilipollas que soy. Pensé un segundo que me diría de quedar esa misma noche. Que mi estrategia funcionaría si me iba precipitadamente. Pero no fue así.

JORDI

Me sorprendí cuando se despidió tan repentinamente. Pensé que había habido química con el Nacho de Cádiz. Le quería proponer de hacer algo el domingo, pero no me dio tiempo si quiera de planteárselo. Su acento juguetón me pidió el Instagram y se fue. Cuando me levanté para despedirme y darle un beso para hacerle ver que quería un poco más, solo sentí su pezón derecho glorificado rozando el mío izquierdo.  Y ya. Y se fue. Ni siquiera miró hacia atrás cuando se acercaba hacia el paseo marítimo. Quedé un poco perplejo la verdad. Me encendí un cigarro, me puse los cascos y observé cómo el cielo azul se tornaba lila tras el mar… ¿Acaso fui demasiado serio? ¿Hice preguntas muy regladas? ¿Fui poco cercano? Y ahí se me fue la puesta de sol. Pensando en que si le caí bien o no al gaditano.

NACHO

Me he venido caminado desde la playa. Me gusta caminar y pasear por las calles de Barcelona más concurridas. Aunque sea en Hawianas. Me meto a la ducha para quitar el exceso de arena y sal. Me recuesto desnudo sobre mi cama a mirar el techo. Es que este chico Jordi me revolucionó. Después de una tarde de risotadas sinceras, de conversaciones sin pausas, de miradas de rasgos coquetones, no podía entender qué había hecho mal. De por qué no me había dicho de quedar nuevamente. ¿Dije algo inapropiado? ¿Me reí mucho, hice mucho chiste? ¿Tan básico soy? ¡Bah, que los catalanes tampoco son tan retraídos! Ni el teléfono me pidió. Si no hubiese sido porque lo agregué al Instagram, no tendría como volver a verle, aunque sea en fotos. Abro el móvil y me voy a su perfil recién guardado. Tiene muchas fotos de paisajes conceptuales. Fotos más artísticas diría yo. Pocas de él. Y eso que es tan guapo. Pocas con amigos. Bueno, es catalán. De pocos amigos, imagino. Pero hay una foto ahí que me llama la atención. Que me resulta familiar. Ubicada en la estación de Urquinaona.

JORDI

Mi terraza es mi oasis. Mi porro es mi instrumento musical. Mi Estrella Damm es mi gasolina. Mi rutina personal de casi cada noche. El momento en que me saco de encima cualquier idiotez cerebral. Y esa noche debía hacerlo. Muchos cuestionamientos por un chaval intenso pero guapo. Algo superficial, pero no hay nada malo en ello. Resuelto, eso sí. Abro el móvil después de la primera calada. Abro el Instagram después del primer sorbo de cerveza. Tengo la solicitud de Nacho. Un cosquilleo de ilusión recorrió mis manos y la sonrisa afloró. Acepto. Y automáticamente comienzo a chafardearle las fotos. Todas de pura alegría. De fiestas, amigos, celebraciones, familia. Una colección de imágenes contagiosas y divertidas. Me detengo en una. “Mi Andalucía en Urquinaona” decía. Vuelvo a mi perfil intrigado. Busco mi foto de Urquinaona. Las comparo. Y sonrío nuevamente.

NACHO

No dudo en enviarle un DM a Jordi. Bueno, sí, dudé un poco. No quiero parecer ansioso frente a un perfil tan recatado y deliberado. No quiero asustarlo. Tampoco me quiero hacer el chico guay e indiferente. Esa estrategia de conquista nunca me ha resultado bien, porque yo no soy así. Y Jordi me gusta. Quiero que lo vea. Quiero que lo entienda. Quiero que hasta lo aprecie. No lo conozco de nada, mas que de una tarde en la playa. Una muy buena tarde. Una tarde sensacionalmente inesperada. Le envío el DM. Creo que fue uno equilibrado, dinámico y atractivo, sin ser evidente ni maquetado. A ver cuánto tarda en responder.

JORDI

Reconozco estar metido en la luna. A las 12 de la media noche, y dos porros a cuestas, ya comienzo a ver las cosas de manera más lucida y delirante al mismo tiempo. Es mi estado favorito porque me permito relajar las venas y el cerebro. Es así como veo el mensaje de Nacho. Y se me llena de colores el móvil. ¿Cómo me puedo poner tan contento por el mensaje de un desconocido? Bueno, tan desconocido no es. Un desconocido que te gusta, deja de ser tal por el simple hecho que te atrae. ¿O serán los efectos del porro que me ponen así? Abro el mensaje. Era leer al Nacho que había conocido horas atrás en la playa. Era escucharlo hablar con ese acento juguetón. Era escucharlo reír, con esa risa vivaracha. Era casi como tenerlo en frente, otra vez. “Así que tú eres el chico de Urquinaona que me jodió el grafiti. ¡Eres un cabrón! Pero me gustan los cabrones 😉… ¿te gustaría hacer una cerveza mañana?”

NACHO

Soy puntual. Pero el domingo desperté ansioso y con ganas de volver a ver a Jordi. El medio día se me hizo eterno. Me puse mi camisa morada y los mocasines marrones. Salí a las 2 de la tarde de casa y caminé hasta la terraza del Borne en que acordamos quedar a las 4 de la tarde. A las 3 ya estaba sentado bebiendo la primera clarita. Soy puntual y ansioso. Estoy con las gafas de sol puestas. Miro el móvil de vez en cuando, a ver si Jordi me envía un WhatsApp. Voy viendo como la gente transita a mi alrededor, a ver si alguno es Jordi. Capaz que sea igual de puntual que yo. Capaz que tenga ansiedad como yo. Aunque me han dicho que los catalanes no lo sean demasiado. Me estoy terminando la clarita. Me pido otra rápidamente. Quedaría feo si Jordi llega y me ve con el vaso medio vacío.

 

JORDI

Lo veo entremedio de la multitud desde la rambla del Borne. Está sentado de piernas cruzadas. Es guapo, bastante guapo. El calor me obliga a sudar más de la cuenta ¿El calor o los ánimos? Soy un tipo seguro. Soy un tipo que no suele hacerse muchas expectativas de nada. No me gustan las expectativas, pero Nacho había generado en mi algo que me costaba controlar. O más bien que no quería controlar. Cosquilleos en el estómago. Pulsaciones en las venas. Sonrisas improvisadas. Deseos de explorarlo. Ganas de tocarlo. Sudor. Imagino que todo eso es sinónimo de que el chico me flechó. Y no estaba acostumbrado a los flechazos. Pero se siente rico.

NACHO

Se veía espectacular con su camisa verde y mocasines azules. Tiene un desplante y seguridad que ya me los quisiera yo. A veces dudo si le gusto. Pero cuando me habla, me mira a los ojos. Cuando sonríe, me sonríe a mí. No es un tipo coqueto, pero siento cómo me coquetea. Hablamos de viajes, de familias, de historias pasadas y de sueños futuros. Pero cuando comenzamos a hablar del presente, es cuando dejo de aguantar tanta solemnidad y amistad. Me atrevo a soltar todo lo espontáneo que soy. Puedo ser inoportuno, pero hay algo en ese coqueteo diplomático que me da pie para envalentonarme.  Le pregunto si lo puedo besar. Y se sonroja. Yo me sonrojo al unísono. Mira para un costado y para el otro. Siempre sonriendo. Mi mira a los ojos. Se enseria. Se acerca. Me coge el rostro son sus manos. Cierra los ojos. Cierro los ojos. Comienzo a volar. A sentir que soy único y especial. Sus labios son delicados y masculinos. Su beso. Mi beso. Nuestro beso. El primero.

JORDI

Mi beso. Su beso. Nuestro primer beso. Fue uno humilde, sin pretensiones de conquista. Sin demanda de pudores o de exacerbaciones.  Sus labios son carnosos y sutiles. Me siento un tipo especial y único mientras los disfruto. Me aparto de su boca. Mantengo los ojos cerrados por un par de segundos. Y cuando los abro, veo que él los sigue manteniendo cerrados. Y me produce una ternura como nunca antes la había experimentado. Nacho me gusta. Me gusta mucho.

NACHO

Nos levantamos de nuestra terraza con sonrisas incrustadas en el rostro. Nos cogimos de la mano de forma espontánea y comenzamos a caminar por la Ciutat Vella. Un poquito de viento. Un poquito de calorcito de las 6 de la tarde. Un poquito de nervios. Un poquito de complacencia. Nuestras tertulias sobre nosotros mismos para ir conociéndonos poco a poco nos acompañaron desde la Basílica de Santa María del Mar hacia Layetana. Nos compramos unos croissants de mascarpone en el Hoffmann. Llegamos hasta la Calle de Ferrán empachada de turistas, que desviamos por Avynó antes de si quiera pensar en aparecer por la Rambla. Nos escondimos en un pequeño bareto en la Plaza de La Mercè ¡Qué daño nos puede hacer una cervecita más! La noche ya comienza a caer y de la mano llegamos caminado hasta el Raval. Jordi me pregunta si me gusta la comida mallorquina. Pues sí. Creo. ¿No es igual a la catalana? Y sin dar un paso más, entramos en un pequeño y peculiar restaurante.

JORDI

Na Mindona es mi restaurante favorito en Barcelona. Es un secreto. Pocos lo conocen. No me gusta compartirlo mucho. Pero esas últimas horas con Nacho solo me inspiraban a abrirme como no estoy acostumbrado a hacerlo. Y contar mis secretos es parte de lo que me estoy permitiendo experimentar con él. Nos atiende la Xesca. Adorable. Siempre con su sonrisa. Nacho ni se entera entre su acento mallorquín y el mío catalán. Pido lo de siempre: sobrassada amb mel, tumbet amb llom torrat y coca de trempó amb formatge menorquí. Y lo que no estaba en el menú, lo pusimos nosotros. Deditos jugueteando uno con el otro. Sonrisas caballeras y suspiros afrodisíacos. Palabras humildes y honestas sobre él, sobre mí. Y confesiones hidalgas de entender que entre él y yo había algo más que un simple galanteo.

NACHO

El vino se me sube a la cabeza. Y la noche también. Daba igual que mañana fuera lunes. Yo no quería que esa noche acabara y no iba a cometer el mismo error del día anterior en la playa. Ahora estaba más claro y advertido que el catalán estaba a la par conmigo, porque nos lo dijimos sin pretextos ni encierros. Para lo único que no fueron necesarias las palabras era para entender que la noche no acabaría después de Na Mindona. Aunque al día siguiente fuera lunes.

JORDI

Si bien no estaba seguro de cómo podría haber terminado aquel domingo, me preocupé de dejar mi piso lo más ordenado posible antes de salir. Abrimos dos Estrellas Damm y no sentamos en la terraza. Las botellas quedaron llenas toda la noche, porque de manera instintiva nos volvimos a besar. Pero no fue solo un beso de labios contra labios. No. Fue un beso con todo el cuerpo. Lo beso con mis manos, con mi espalda, con mi cuello, con mis pies. Me besa con sus mejillas, con sus brazos, con sus muslos. Me siento como en un sueño despierto. Yo no soy una persona soñadora, pero esos minutos de besos corporales los venía soñando desde quizás quién sabe cuándo. Siento como me sube esa temperatura deliciosa cuando sabes que lo que se viene será real. Porque lo escucho delante mío. Lo huelo en mi presencia absoluta. Lo observo tangiblemente. Incluso llego a sentir su corazón palpitar sin necesidad de tocarlo.

NACHO

Esa noche Barcelona tenía colores y sabores que jamás había visto. Eran los de Jordi. Su sublime retrato. Su aliento fértil. Su tacto candente. Él es un paisaje que revolotea mis hormonas de una manera inexplicable. He tenido sexo en mi vida, vaya que sí. He hecho el amor un par de veces, también. Pero esa noche de Jordi no era ni lo uno ni lo otro. Era la combinación perfecta de entregarse por completo sin perspectivas, sin causas ni efectos pronosticados. Simplemente dejarme llevar. Y permitir que él también lo haga. De manera natural y orgánica. Un ensamblaje de dos cuerpos. De incluso dos almas. De dos hombres que se gustan, que se atraen, que se contemplan y se complementan. Que se desean: desde la carne y las figuras hasta el lugar más escondido del alma, cuando el alma es incluso palpable.

JORDI

Horas, días, semanas, meses o años. No tengo idea. No sé que pueda pasar después de esta noche, pero por primera vez en mi vida me quiero dejar sorprender. Porque entiendo que no tendría por qué haber alguna desilusión. No creo en el amor a primera vista, pero quizás es la oportunidad de tragarme mis paradigmas y dejarme llevar por lo que Nacho está implicando en mí, mientras los observo dormir apenas comienza a asomarse el sol por la ventana.  Lo amo sin amarlo aún. Lo deseo después de haberlo deseado por primera vez aquella noche.

BARCELONA

Me han llamado soberbia. Impertinente. Ruidosa. Que colapso de turistas y de noches locas. También me han dicho que soy bella y romántica. Que inspiro. Que genero emociones y que dejo que mis transeúntes se dejen llevar. Prefiero quedarme con esto último. Sobre todo, cuando me regocijo de historias tan reales como irreales. La de Nacho y Jordi es un ejemplo. Un chico local se absuelve de sus prototipos de practicidad y moderación. Un gaditano se atreve a ser él mismo para conquistar y ser conquistado. Son efectos que provoco con y sin querer. Que prevalecen como signos de que puedo entregar espacios y momentos para que florezcan los amores que todos, al menos en algún momento de nuestras vidas, queremos vivir. Por suerte, la historia de Nacho y Jordi no acabó esa noche, sino que se repitieron a lo largo del tiempo. Y yo, con orgullo, fui testigo de cada nuevo paso, mientras construyeron su historia que ya muchos se la quisieran.

My latest projects

© 2023 by Elijah Louis. Proudly created with Wix.com.

bottom of page